Tuesday, February 10, 2015

LA CLÍNICA DEL TERROR

Me picó una araña de Rincón. Bueno, no sé si fue una araña de rincón, ni siquiera los médicos que me vieron están seguros y si ellos no lo saben, entonces que puedo decir yo.


Cuando llegué a urgencias de la Clínica del terror, mis análisis de sangre y de orina salieron bien, me devolví a mi casa con remedios y la indicación de regresar si la mancha del veneno superaba una marca que me hicieron. La mancha creció y al día siguiente me vi en un cuento de Stephen King, con un intravenosa inserta en mi brazo, recostada en una cama, donde enfermeras y paramédicos se paseaban cada tanto inyectándome cosas que no sé qué eran y tomándome la presión, pero nadie me dijo que tenía, ni como lo estaban tratando. Esa noche asalté a la enfermera y le pedí me explicara, me estaban dando corticoides y antibióticos, el tema es que me los daban a cualquier hora y la mancha crecía y crecía. Incluso un día, cerca de la media noche, llegaron a ponerme por intravenosa un antibiótico verde que dolía al entrar en mi vena como aceite caliente y nadie me dijo nada, creo que esa fue la peor noche, pero la pasé.
El doctor, hacía su ronda a las 7 de la mañana. Largo, moreno y perfumado más allá del decoro, entraba en mi habitación, encontraba que todo progresaba y se iba. No fue hasta el tercer día, cuando me amotiné, que caí en cuenta de lo inadecuado que es hacer la ronda a los pacientes a una hora donde no hay ningún familiar presente, se supone que los enfermos no estamos en condiciones de entender y preguntar todo lo debido, y el doctor nada más me miraba el brazo, me dejaba pasada a perfume y se iba.


A la tercera noche la mancha infecciosa de mi brazo no dejaba de crecer, llamé a una enfermera que lo encontró terrible y me dijo que iba a buscar en internet (sí, en internet) porque parecía que tenía un estreptococo y capaz me tenían que hacer un cultivo. Llamé a mi hermana, como siempre que estoy en necesidad y apenas me calmé, decidí que me iba. Mis análisis salieron todos bien, pero la infección en el brazo no cedía y no pensaba quedarme ahí a ver qué pasaba, no soy esa clase de persona. Me instalé en el sillón y esperé al doctor que a las 7 de la mañana estuvo allí, me miró el brazo, que según él progresaba, y yo le lancé que me quería ir.
“¿Y si no te doy el alta?”, me lanzó mirándome con sus ojos oscuros.
“Entonces tráigame el papel donde lo eximo de responsabilidad, porque yo conozco mis derechos y me voy”
Fue HORRIBLE. Ahí estaba yo parada, en pijama, con un brazo infectado y el otro con la intravenosa, con el pelo sucio y el cuerpo cansado, enfrentándome al tipo que conoce las mezclas de drogas precisas para liquidarme. Nos miramos a los ojos, midiendo fuerzas, quizás vio mi determinación, quizás en esos instantes pudo ver que hablaba en serio y que me iba a ir por la buena o por la mala.
“Es una broma”, sonrió. “Voy a firmarte los papeles y te puedes ir”.
Por suerte mi hermana no tardó en llegar, me habría muerto del miedo de tener que esperar ahí solita a que volvieran con los papeles. Por suerte fueron a exigir que me sacaran la intravenosa, porque 3 horas después yo seguía allí sentada esperando mi liberación.

Dejé la clínica del terror con el brazo peor de lo que lo tenía, no sabía que iba a pasar conmigo, pero era libre y no estaba sola. 


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